viernes, 14 de octubre de 2011

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“Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo…”

jueves, 13 de octubre de 2011

El Límite del Universo


Se vuelcan sobre mí palabras con melodías tristes. Me dicen que el infierno me está esperando, que la tierra ya no quiere recibirme. En ese preciso momento me doy cuenta de que el universo no es tan infinito como se presume. Puedo ver sus límites, porque yo vivo en ellos. Y los que lo hacemos, afinamos la percepción, logramos ir más allá de los límites de la razón.


Allí se develan ante mí, la locura y el amor, disfrazados de alegría y sufrimiento, respectivamente. Igualmente los reconozco. Se ofrecen a guiarme, a llevarme hacia una nueva forma de la verdad. Les pregunto porque me eligieron, pero en realidad, yo las elegí.

Me explicarán porqué siempre están juntas. Locura y amor, alegría y sufrimiento. Son órganos de un cuerpo único y vital. Si la locura es alegría y acompaña el amor, que a veces se trasviste de sufrimiento. Es el fin de las cosas, una mutación predestinada a perecer cuando vuelven a disfrazarse de lo esencial. Retornan a su origen y empieza un nuevo ciclo. Toda la vida, me dicen, se traduce en nosotras dos, y nuestros respectivos disfraces. Y no hay nada que escape a este principio. AMAR, ENLOQUECER, ALEGRARSE Y SUFRIR, son los lados de un mismo cuadrado. Jamás hay una distancia ciclópea entre ellas, jamás se alejan del todo, y siempre aparecen, en algún momento, para enseñarnos que sentimos, que estamos vivos.
Cuando vuelva de mi viaje al límite del universo, no seré el mismo. Pues seré dueño de una verdad, que aún no comprendo.

Sobre el Amor

“Si yo tuviera una actitud espontánea ante el universo, seria una muy oscura.
La primera tésis debería ser una especie de vanidad total: básicamente, aquí no hay nada. Lo digo de forma muy literal: en definitiva, solo hay fragmentos de las cosas que desaparecen. Si miras el universo, verás un gran vacío. Pero entonces: ¿Cómo emergen las cosas? Aquí siento una afinidad espontánea con la física cuántica, en donde como saben, la idea es que el universo está vacío, pero con una especie de vacío “cargado positivamente”, en donde las partículas aparecen cuando el equilibrio del vacío se ve perturbado.
Y a mi me gusta mucho esa idea de la espontaneidad, según la cual, la realidad es la nada… las cosas están ahí por un terrible error. Quiere decir que lo que llamamos “creación”, es una especie de desequilibrio cósmico, es una catástrofe cósmica, que las cosas existen por error.
Y estoy preparado para ir hasta las últimas consecuencias y afirmar que el único modo de neutralizarlo es asumir ese error e ir hasta el final. Y nosotros tenemos un nombre para eso: se llama “amor”. ¿No es el amor, precisamente, una especie de desequilibrio cósmico?
Siempre he sentido cierta repugnancia hacia esa noción del “amor universal”, del “yo amo al mundo”. A mi no me gusta el mundo. No sé como, no puedo… básicamente estoy entre un “yo odio al mundo” y un “me es indiferente”. Pero el conjunto de la realidad simplemente “es”, está ahí afuera, es estúpido… no me preocupa.
El amor es, para mí, un acto extremadamente violento. “Amar” no es “los amo a todos”: amar es seleccionar algo. Y ahí está de nuevo, la estructura del desequilibrio. Aún cuando esto sea un pequeño detalle, una frágil e individual persona… si digo “te amo más que a cualquier cosa”: en ese estricto sentido formal, el amor es malo.”

El Principio Satánico del Sufrimiento


Si existen seres felices sobre esta Tierra, ¿por qué no gritan, por qué no salen a la calle a proclamar su alegría? ¿Por qué tanta discreción, tanta reserva? Si yo sintiera en mí una alegría permanente, una irresistible propensión a la serenidad, la proclamaría a todo el mundo, daría rienda suelta a mi euforia.

Si la felicidad existe, debe ser comunicada. Pero quizá los individuos realmente felices no sean conscientes de su propia felicidad. Si ello es cierto, nosotros podríamos ofrecerles parte de nuestra conciencia a cambio de una parte de su inconsciencia. ¿Por qué el dolor no tiene más que lágrimas y gritos, y el placer sólo escalofríos? Si el ser humano fuera tan consciente del placer como lo es del dolor, no tendría que expiar sus alegrías. ¿No sería entonces la repartición de los dolores y de los placeres incomparablemente más equitativa?
Si los dolores no se olvidan es porque invaden exageradamente la conciencia. Por eso quienes más han sufrido son quienes más cosas tienen que olvidar. Sólo la gente normal no tiene nada que olvidar. Los dolores tienen un valor y una individualidad; los placeres, por el contrario, se borran y se funden como formas de contornos mal definidos.

Es, en efecto, sumamente difícil evocar un placer y sus circunstancias, mientras que el recuerdo de éstas intensifica el del dolor. Los placeres no se olvidan, por supuesto, totalmente —de una vida llena de placeres, sólo se conservará en la vejez un ligero desengaño, mientras que la persona que ha sufrido mucho podrá aspirar, como máximo, a una resignación amarga.

Es un prejuicio vergonzoso afirmar que los placeres son egoístas y que nos alejan de la vida, como también lo es afirmar que los dolores nos apegan al mundo. La frivolidad de estos prejuicios es escandalosa y su origen libresco revela la nulidad de todas las bibliotecas comparadas con una sola experiencia vivida hasta el final.

La concepción cristiana que transforma el sufrimiento en un camino hacia el amor, pro no decir en la manera principal de tener acceso a él, es fundamentalmente errónea. Pero no es ése el único tema en el que el cristianismo se equivoca. Cuando se hace del sufrimiento el camino del
amor, se ignora por completo su esencia satánica. Los peldaños del sufrimiento no se suben —se descienden; no conducen al cielo, sino al infierno.

El sufrimiento separa, disocia; siendo como es una fuerza centrífuga, el sufrimiento nos arranca del núcleo de la vida, del centro de atracción del mundo, en el que todas las cosas tienden a la unidad. El principio divino se caracteriza por un esfuerzo de síntesis y de participación en la esencia del Todo. Por el contrario, un principio satánico habita en el sufrimiento —
principio de dislocación y de trágica dualidad.

Las diversas formas de la alegría nos hacen participar ingenuamente en el ritmo de la vida; inconscientemente, en él se entra en contacto con el dinamismo de la existencia, mientras todos nuestros átomos se hallan unidos a las pulsaciones irracionales del Todo. Y ello es válido no sólo para la alegría espiritual, sino para todas las formas del placer.
La separación respecto del mundo que produce el sufrimiento conduce a una interiorización excesiva y, paradójicamente, eleva el grado de conciencia, de manera que el mundo entero, con sus esplendores y sus tinieblas, se vuelve exterior y trascendente. En ese grado de separación, cuando nos encontramos irremediablemente solos frente al mundo, ¿cómo
podríamos olvidar algo? Sentimos entonces la necesidad de olvidar únicamente las experiencias que nos han hecho sufrir. Sin embargo, a causa de una de las paradojas más despiadadas que existen, los recuerdos de quienes quisieran recordar, se borran, mientras que se fijan las reminiscencias de aquellos que desearían olvidarlo todo.

Los seres humanos se dividen en dos categorías: aquellos a quienes el mundo ofrece ocasiones de interiorización y aquellos para quienes el mundo permanece exterior y objetivo. Para la interiorización, la existencia objetiva no es más que un pretexto. Sólo así puede ésta adquirir un significado, dado que una teleología objetiva sólo se funda y se justifica
gracias a ciertas ilusiones, las cuales tienen el defecto de que son desenmascaradas fácilmente por una mirada penetrante. Todo el mundo ve incendios, tempestades, derrumbamientos o paisajes; pero ¿cuántas personas ven en ellos llamas, relámpagos, vértigos o armonías? ¿Cuántas piensan en la gracia y en la muerte viendo un incendio? ¿Cuántas poseen en ellas mismas una belleza lejana que su melancolía matiza? Para los
indiferentes, a quienes la naturaleza no ofrece más que una imagen insulsa y glacial, la vida es, y ello incluso si les colma de favores, una suma de ocasiones desaprovechadas.

Por muy profundos que hayan sido mis tormentos, por grande que haya sido mi soledad, la distancia que me ha separado del mundo no ha conseguido sino hacérmelo más accesible. A pesar de que no pueda encontrarle ni un sentido objetivo ni una finalidad trascendente, la multiplicidad de las formas de la existencia ha constituido sin embargo para mí una ocasión permanente tanto de tristeza como de fascinación.

He vivido momentos en los que la belleza de una flor justificaba para mí la idea de una finalidad universal, de la misma manera que una mínima nube ha maravillado mi visión sombría de las cosas. Los fanáticos de la interiorización son capaces de extraer del aspecto más insignificante de la naturaleza una revelación simbólica.

¿Es posible que yo arrastre tras de mí todo lo que nunca he visto? Me siento horrorizado pensando que tantos paisajes, libros, horrores y visiones sublimes hayan podido concentrarse en un pobre cerebro. Tengo la sensación de que se han traspuesto en mí como realidades y que pesan sobre mí. Quizá sea ésa la razón por la cual a veces me siento anonadado hasta el punto de querer olvidarlo todo. La interiorización conduce a la ruina, pues el mundo penetra en nosotros y nos tritura con una fuerza irresistible. Nada tiene de extraño entonces que algunos recurran a cualquier subterfugio —desde la vulgaridad hasta el arte— únicamente para olvidar.

No tengo ideas, sino obsesiones. Ideas, cualquiera puede tenerlas.
Nunca las ideas han provocado el hundimiento de nadie.

martes, 11 de octubre de 2011

Conviérteme en Dios


Conviérteme en Dios,
Y crearé los ríos que desees
En los mundos que sueñes.

Deidifícame,
Verás como diseño
Placeres a tu medida.

Hazme tu señor,
Te daré vida eterna
Y las riquezas que anhelas.

Imagíname eterno,
Atemporal,
Trascendente.

Ámame,
Que yo haré lo mismo
Incluso no siendo tu Dios.