domingo, 4 de noviembre de 2012

Los Suicidas

Es erróneo llamar suicidas sólo a las personas que se asesinan realmente. Entre éstas hay, sin embargo, muchas que se hacen suicidas en cierto modo por casualidad y de cuya esencia no forma parte el suicidismo. Entre los hombres sin personalidad, sin sello marcado, sin fuerte destino, entre los hombres adocenados y de rebaño hay muchos que perecen por suicidio, sin pertenecer por eso en toda su característica al tipo de los suicidas, en tanto que, por otra parte, de aquellos que por su naturaleza deben contarse entre los suicidas, muchos, quizá la mayoría, no ponen nunca mano sobre sí en la realidad. El «suicida» -y Harry era uno- no es absolutamente preciso que esté en una relación especialmente violenta con la muerte; esto puede darse también sin ser suicida.

Pero es peculiar del suicida sentir su yo, lo mismo da con razón que sin ella, como un germen especialmente peligroso, incierto y comprometido, que se considera siempre muy expuesto y en peligro, como si estuviera sobre el pico estrechísimo de una roca, donde un pequeño empuje externo o una ligera debilidad interior bastarían para precipitarlo en el vacío. Esta clase de hombres se caracteriza en la trayectoria de su destino porque el suicidio es para ellos el modo más probable de morir, al menos según su propia idea. Este temperamento, que casi siempre se manifiesta ya en la primera juventud y no abandona a estos hombres durante toda su vida, no presupone de ninguna manera una. fuerza vital especialmente debilitada; por el contrario, entre los «suicidas» se hallan naturalezas extraordinariamente duras, ambiciosas y hasta audaces. Pero así como hay naturalezas que a la menor indisposición propenden a la fiebre, así estas naturalezas, que llamamos «suicidas», y que son siempre muy delicadas y sensibles, propenden, a la más pequeña conmoción, a entregarse intensamente a la idea del suicidio. Si tuviéramos una ciencia con el valor y la fuerza de responsabilidad para ocuparse del hombre y no solamente de los mecanismos de los fenómenos vitales, si tuviéramos algo como lo que debiera ser una antropología, algo así como una psicología, serían conocidas estas realidades de todo el mundo.

jueves, 26 de enero de 2012

El infierno del Insomnio I


A veces no puedo evitar sentir vacua toda existencia. Observo atónito, angustiado y con aversión el devenir de la humanidad, el comportamiento cada uno de los seres que habitan este mundo. No concebimos la irracionalidad que radica en el hecho de existir. Vivimos por un impulso macabro. Amamos el sufrimiento, por eso preservamos la vida, la tratamos como el bien más preciado. Nos gusta extender la agonía el mayor tiempo posible, mintiéndonos, elucubrando imágenes fictas de una existencia placentera, de una vida plena. La conciencia del dolor se encuentra latente, la existencia es trágica. Si pudiésemos cuantificar el dolor humano, por cada segundo de eso que llaman felicidad, tendríamos en equivalencia eones de penurias.
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Recurrir al suicidio es una escapatoria, podrían decirme. Pero no. Todos somos conscientes de que la muerte es el inicio del eterno silencio, y ninguno de nosotros está dispuesto a pagar ese precio para abandonar el suplicio de la vida. Aquellos deciden finalizar con sus vidas, cuya voluntad se orienta a la aceptación de una eternidad en la no existencia, son los verdaderos héroes de nuestra historia. Aquellos que deciden partir por verse ahogados por el sufrimiento del mundo, no son más que seres débiles e ilusos que creen que en otro mundo esta la escapatoria. Yo tan sólo soy un cobarde que se aferra a lo ilusorio. Y si bien mi aversión a la vida se encuentra latente, mi miedo al silencio evita que tome una postura heroica.
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Por momentos me pregunto, cuando observo a los creyente, ¿Por qué no se matan? Si al fin y al cabo, ellos creen que más allá de la vida se encuentra el paraíso. Si anhelan tanto llegar a él, si su real intención es llegar a el, deberían renunciar a sus vidas, pero, a contrario sensu, se aferran a ellas. Inconscientemente saben que la creación de la idea de una vida en el más allá es una excusa para dotar de sentido la existencia.