lunes, 26 de enero de 2015

Treinta de Febrero

Ella espera, sentada, mirando hacia el cielo,
contempla el vacío, se deja llenar por la nada.
Espera algo, que nadie conoce, algo que la libere
de su patológica tendencia a sufrir.
Sangra sus lágrimas en la ventana,
una hemorragia de sentimientos que la destrozan.
No rie, no habla, solo mira hacia el cielo.
Ella espera que allí se dibuje una señal,
ella espera siempre el treinta de febrero.
Y yo, yo contemplo su caída,
la sufro en carne propia.
La veo morir día a día, mirando ese cielo intangible,
esperando ese día imposible.
Nos pudrimos,
ella mirando al cielo,
yo contemplando su espera.
Ella espera lo imposible (¿o la muerte quizás?),
yo espero convertirme en la imposibilidad,
ser ese día inexistente,
ser esa forma irreal,
ser el objeto de la mirada perdida.
Yo espero, ella espera,
yo busco, y ella busca,
pero ninguno encuentra nada en la nada misma.
Ambos nos pudrimos,
Morimos día a día.
Ella mirando al cielo, y yo mirándola a ella.



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